PATO
Introducción:
El peso del poder
El poder no es más que un espejismo. Se presenta como la única fuerza que puede liberar, pero termina siendo la prisión más opresiva que existe. Es un don que los hombres anhelan como si fuera aire, pero en cuanto lo alcanzan, los convierte en esclavos de su propia ambición.
Aquellos que nos gobiernan, que pretenden moldear nuestras vidas, a menudo lo hacen desde las sombras, como titiriteros invisibles. Se presentan ante nosotros con sonrisas pulidas y palabras vacías, pero detrás de esos rostros de amabilidad habita la verdadera naturaleza del poder: una bestia voraz que devora sin piedad. Estas personas nos miran desde arriba, no como iguales, sino como meras hormigas que mueven su maquinaria de poder. Para ellos, no somos más que piezas reemplazables, herramientas en su juego infinito de control.
Y como en todo juego de poder, aquellos que suben a la cima rara vez lo hacen sin ensuciarse las manos. ¿Cuántos cadáveres quedan enterrados bajo los cimientos de sus imperios? ¿Cuántas almas han vendido su moralidad a cambio de un título, de un apellido que pueda perdurar, inmaculado, en la historia?
Pero el poder tiene un costo. Siempre lo tiene. Porque quienes lo ostentan no lo hacen para siempre. Los imperios caen, los nombres se manchan, y los secretos, por mucho que se intenten esconder, siempre encuentran la forma de salir a la superficie. A veces es la justicia la que los saca a la luz, pero la mayoría de las veces, es la misma ambición lo que acaba desmoronando los reinos de estos titanes.
Y así, bajo el brillo falso de la riqueza y la gloria, comienzan a formarse grietas. Grietas que revelan la podredumbre oculta, donde el poder no es más que una enfermedad que lentamente consume a quien lo posee. Es en esas grietas donde se encuentran las historias de los poderosos, las que nunca llegan a la luz pública, porque a nadie le gusta admitir que hasta los más grandes caen. Y suelen hacerlo de la peor manera.
Este es el caso de la familia Sáenz, y en particular de Patricia Sáenz, o Pato, como la conocían. Su historia, como tantas otras, comienza en las alturas del poder, pero termina de la manera en que suelen hacerlo estas historias: con sangre, mentiras y silencio.
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