Joan






Aún recuerdo a Jon como si estuviese aquí. Él era un gran tipo, un hombre duro, difícil de acobardar.

Jon llegó a mi por esa casualidades de la vida, o causalidades, como solía decir mi tía Jovanka, “Nada en esta vida esta escrito, pero todo llega porque tiene que llegar. La vida no es casual, es causal.”

Yo estaba en mi despacho, fumando puros y contando billetes, como siempre. Cuando alguien irrumpió bruscamente en mi despacho y gritó:

- Quiero la mano del cabrón que se quedó con mi puñetera chaqueta, mis gafas de sol y mi cartera que uno de tus trapicheros me robó el sábado por la noche en tu asqueroso bar de mala muerte.

Nunca nadie se había atrevido a hablarme de esa forma y mucho menos alzarme la voz de esa manera en mi territorio.

¡Ese era Jon! Un hombre hecho a puñetazos por la vida, alguien tranquilo pero voraz a la vez, un hombre decidido y con convicciones. Acababa de entrar por mi puerta el hombre que estaba por necesitar en mis negocios.

Dejé mi puro en el cenicero, me remangué los puños de la camisa y me puse en pie. Cogí un puñado de billetes de la mesa, se los lancé a la cara y le dije:

    - Quién te crees que eres para irrumpir así en mi casa. Ahí tienes más que de sobra para comprar tus baratijas.


Él respondió más alto aún:

    -Te he dicho que quiero la puta mano del cabrón que cogió mis cosas, no tu sucio dinero.

Eso me encantó, cojones y vieja usanza. Hace tiempo que no veía un espécimen de esos. Entonces le respondí:

    -Chico, tendrás tu puñetera mano.- y grité -, ¡KAVI! Traeme al necio que el sábado cogió la chaqueta de este hombre y un martillo.

Imagino que un martillo estará bien, o prefieres una motosierra.- le dije, levantando una ceja y sonriendo con ironía. - ¡KAVI! Pero donde narices estás metido- volví a gritar.

A lo que Jon respondió.

-Si ese tal Kavi es el tío de la puerta, ve llamando a otro, Kavi no estará disponible en un par de horas. No quiso entender que no era con él con quien quería hablar.

Kavi era de los más duros que tenía por aquel entonces en la familia y este hombre que tenía frente a mí, lo había tumbado rápido, limpio y sin hace alboroto. Era un hombre decidido.

Esto me gustaba cada vez más. Un tío que viene de vaya tú a saber dónde y que no había visto en mi jodida vida, había llegado a mi zona, había entrado en mi casa y había irrumpió en mi despacho gritando, dándome órdenes y exigiéndome a mí, ¡a mí! que le traiga la mano de un baliché, ladrón de baratijas que no tubo mejor idea que llevarse lo que no era suyo.

Levanté el teléfono y llamé a Ángel Miguel.

-Miguel, ¿estás por la zona? Necesito que me traigas a uno de los chicos, el que cogió una chaqueta el sábado por la noche en el bar. No sé quién ha sido, pero lo quiero aquí y que traiga la chaqueta con todas las porquerías que estaban dentro, con todo. Cagando leches lo quiero. Una cosa más, trae un martillo.

Colgué el teléfono, miré a Jon y balanceé mi cabeza de un lado al otro lentamente mientras me frotaba mi hermoso anillo de oro por la frente.

-Toma asiento hijo – dije a Jon extendiendo mi brazo como todo un caballero. Cuéntame de que manera puedo compensarte en el caso hipotético de que lo de la mano sea metafórico.

Jon se enrolló como siempre con sus historias y sus metáforas y me contó una historia que iba creo, de un sapo y una serpiente y algo acerca de un circulo de baba. Con el tiempo comprendí que el muy listo solo estaba ganando tiempo. En fin.

Miguel llegó con el martillo y con Sasha uno de los chicos que nos ayudaban a distribuir la mercancía. Un rubio de mediana estatura, era muy majo y servicial, cumplidor, nunca nos había dado problemas o lo sabia esconder muy bien. El caso es que el chaval entró caminando al despacho con una chaqueta de cuero que parecía valer un ojo de la cara, unas Ray Ban negras, una especie de cigarrera de color marrón en la mano izquierda junto con un encendedor y un cigarro en la boca sostenido solo con sus labios, daba la sensación que se le caería al suelo en cualquier momento.

Se acercaron los dos al escritorio donde estábamos sentados Jon y yo, Miguel trajo el martillo y un montón de clavos, supuso que quería colgar un cuadro o algo así. El caso, es que le pregunté por la chaqueta. Y dijo:

  1. -Se la cogí a un borracho que se fue al baño y se dejó la chaqueta en la barra. Primero solo cogí la cartera y las gafas, cuando vi que la chaqueta era buena me quedé con todo el juego. Total, ¡qué importa!, era un pobre borrachuzo y en esta ciudad podemos hacer lo que queramos, somos tus chicos y todo el mundo lo sabe.

A lo que Jon replicó:

- Resulta que decidiste robarle al borrachuzo equivocado.

- Y... ¿quién es este mierdas?- dijo Sasha con un tono altanero mientras se encendía el cigarro que llevaba colgando de los labios.

-El dueño de la chaqueta- contesté.

A lo que Jon acotó:

  • Quítate mis gafas y mi chaqueta y devuélveme la cartera.

El joven sonrió e ignoró lo que Jon dijo. Yo no sé por que hizo eso, se veía claramente que Jon no tenia cara de hacer chistes. Y el chico volvió a abrir su gran bocaza y soltó otra tontería, y otra, otra más, En verdad no entiendo por qué el chaval lo hizo, estaría bebido o pasado de otras cosas, en verdad no lo sé.

Y antes de que pudiera parpadear, Jon estiró su brazo derecho rápidamente para coger el martillo y con la mano izquierda sujetó al chico por la muñeca derecha con la que se acababa de prender el cigarrillo, posó su mano sobre el montón de clavos que había sobre la mesa, lo miró firmemente a los ojos y...

¡PLASH! Estrelló el martillo con todas sus fuerzas sobre la mano del muchacho.

  • ¡Aaaaaaaaaaaahh!

El grito del chaval retumbó por todos los rincones de la casa. Los chavos le atravesaron su palma, El golpe fue devastador, no importa de que lado estaban posados, los clavos perforaron su mano y pedazos de picadillo de mano saltaron por todas partes y en los clavos podían verse trozos de carne, piel y hueso. La sangre salpicó la cara de Jon, su camiseta , la mesa y parte de la alfombra, ¡había sangre por todos los lados!.

Jon, volvió a estirar el brazo rápidamente hacia atrás y como si fuese una guillotina, dejó caer el martillazo nuevamente sobre la mano del chaval, con más fuerza que antes.

¡PLASH!

  • ¡Aaaaaaaaaaaahh! ¡PARA! Por el amor de Dios.

Y otra vez todo volvió a retumbar, podía sentirse el terror del chico en el eco de la casa. La mano del pobre se había hecho añicos, se abrió como un filete de carne y hueso sobre la mesa. Se podían ver trozos de mano volando por todas partes, por el techo, las paredes e incluso creo que llegué a tragarme alguno. La sangre comenzaba a gotear de la mesa, dejando la alfombra como un Cristo. El muy hijo de su santa madre le reventó al chaval la mano a martillazos sin ningún escrúpulo, sin titubear ni parpadear. Él había venido buscando una mano. Eso no iba de dinero o de estafa, eso era una lección por tocar las cosas ajenas, por tocar lo que no debería haber tocado. Jon era un tipo tranquilo, pero con dos cojones bien puestos.

Se estiró la camiseta sacudiéndose los restos de mano que podía llegar a tener encima y dijo mientras le cogía fuerte la cabeza por los pelos:

-Solo me interesan las gafas de sol y la cartera, puedes quedarte el resto.

Jon cogió sus cosas y cuando se disponía a irse se giró y mirándome sonriente y satisfecho me dijo:

-Por cierto, soy Joan. Pero todos me dicen “Jon”

-Un placer hijo. Contesté estrechando fuertemente su mano.

Y en ese momento supe que Jon tenía que ser parte de la familia.

Muchas manos han pasado desde entonces. Así fue, queridos hermanos, como conocí a nuestro hermano Jon.

Saben, en ocasiones, con solo mirarle podía saber que todo iba a ir bien, que todo estaba bajo control. El destino, el azar, en ocasiones, nos juegan malas pasadas, malas tretas, pero también mueven los hilos de la rueca de la vida para que pasen cosas buenas y este hombre era una de ellas.

Aquel día Jon me dio una gran lección, “La ley marcial sin daños colaterales es una forma justa de justicia.”



J.F. Kurtz



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