LA GRAN VENGANZA Capítulo 1, 2, 3...
Capítulo 1: El Nacimiento de la Sombra
El sol golpea los rascacielos como un martillo incandescente, reflejándose en los cristales de la ciudad y cegándome por un instante. Miro mi reflejo en el vidrio y un escalofrío me recorre la espalda. No soy yo. No puedo serlo. Hay algo ajeno en mis ojos, una sombra que no me pertenece, un murmullo de odio que se retuerce y crece dentro de mí, alimentándose de cada pensamiento que me carcome. La sensación es casi tangible, como una presencia que respira sobre mi nuca, aguardando el momento en que le ceda el control.
Mis dedos tamborilean sobre la madera del alféizar, una acción automática que se interrumpe cuando noto la cicatriz en mi mano. Donde antes había diez dedos, ahora hay ocho. La piel retorcida y marcada es un recordatorio de que lo que perdí nunca regresará. Me acostumbré a la ausencia como quien se acostumbra a la falta de sueño. Ocho días sin dormir. ¿O han sido nueve? El tiempo es un concepto irrelevante cuando la mente está atrapada en un ciclo interminable de pensamientos. No dormir es un sacrificio menor en comparación con lo que se avecina.
La ciudad se extiende bajo mis pies como un laberinto sin escapatoria, poblada por ratas disfrazadas de hombres, hienas que se ríen con copas de vino en la mano, figuras que caminan con arrogancia sin darse cuenta de que su tiempo se acaba. Las voces en mi cabeza murmuran, un coro de furia incesante que me recuerda quién soy y lo que me hicieron. Cuatro nombres. Cuatro malditos nombres tatuados en mis huesos, en mi piel, en cada latido envenenado de mi corazón. Cuatro bestias que intentaron devorarme y fracasaron.
Las memorias resurgen, se arrastran como espectros en mi mente: susurros burlones, risas distorsionadas, el crujido de una cuerda tensándose en la penumbra. Intento apartarlos, pero las voces son pacientes, me alimentan con imágenes, me muestran cómo hacerlo, cómo lograr que duela. No de la misma manera en que ellos me lo hicieron, no como aquellos días de oscuridad, atado, con el sabor metálico de la sangre en mi lengua y el miedo estrangulándome por dentro. No. Mi venganza será un arte.
Giro apenas la cabeza y miro mi reflejo en el cristal. No soy yo. Soy lo que ellos crearon. Y muy pronto, lo sabrán.
Capítulo 2: La Danza de las Sombras
El reloj del edificio de enfrente avanza. Pero el mío no. El segundero tiembla, da un salto, pero vuelve al mismo punto. Tic. Tic. Tic. Un sonido monótono que resuena en mi cráneo como una maldición. No puede estar roto. No lo estaba ayer. ¿Ayer? La idea de un "ayer" se diluye en mi cabeza como tinta en el agua. No sé qué día es hoy, ni siquiera si realmente estoy despierto.
Mis uñas raspan la madera del alféizar mientras la ciudad brilla bajo la luz implacable del sol. Todo parece igual, pero hay algo diferente. Lo siento antes de verlo. Los noto. Detenidos en la acera. No todos, solo algunos. Figuras inmóviles entre la multitud, congeladas en el tiempo. No parpadean, no se mueven, pero me observan.
El aire se vuelve espeso en mi garganta. Trago saliva y aparto la vista, pero la sensación persiste, un peso invisible sobre mis hombros. Intento ignorarlo, giro la cabeza hacia el interior del departamento y las sombras sobre el suelo parecen alargarse más de lo normal. Algo se mueve en el rabillo de mi ojo. Un reflejo.
Mi reflejo.
Pero yo no estoy en la ventana.
Me giro con violencia y el cristal me devuelve la mirada. Solo que ahora sonríe. Mi piel se eriza. Yo no estoy sonriendo.
Un golpe seco suena dentro del apartamento. El armario. No quiero mirarlo. No quiero girarme. Pero mis piernas se mueven solas. Camino hacia la sala. La puerta del armario está ligeramente entreabierta. Yo la cerré. Estoy seguro de que la cerré.
Mis dedos se aferran al borde de la puerta. La abro de un tirón.
Mis notas siguen ahí, cada plan, cada estrategia trazada con precisión. Pero en el centro de la pared, sobre todas las hojas, hay algo nuevo. Una frase que no escribí.
"Te estás tardando demasiado."
Mi estómago se retuerce. Me doy la vuelta de golpe. Nada. Nadie. El aire pesa más que antes. Un aroma se infiltra en mi nariz. Perfume. Un perfume dulce y familiar. Uno que no debería estar aquí.
Mi pecho se hincha de terror. Algo ha estado aquí. O sigue aquí.
Las luces parpadean. Un destello en la ventana. Miro de reojo.
Los de la calle siguen ahí. Ahora son más.
Y todos han levantado la mano. Esperándome.
Capítulo 3: Los Fragmentos del Tiempo
Despierto de pie, frente a la ventana. El reflejo en el vidrio me observa con ojos huecos. No sé cuánto tiempo llevo aquí. La chaqueta está puesta. Los zapatos también. ¿Voy a salir? ¿Ya salí?
Sobre la mesa, el cuchillo descansa como un testigo mudo. Lo toco. Está tibio. No recuerdo haberlo sostenido. El reloj en la pared marca las 2:17 a. m. Parpadeo. Ahora dice 7:42 a. m.
El tiempo se fragmenta en mi mente. Mi estómago se cierra. No. No. No. Me llevo las manos a la cara. La piel está áspera. Me acerco al espejo del baño. Mis mejillas tienen arañazos profundos, como si me hubiera desgarrado a mí mismo en un intento de arrancar lo que llevo dentro.
Las risas en mi cabeza son un eco húmedo y agónico. Un golpe seco en la puerta me hace girar de golpe. Pero no viene de la entrada. Viene del armario.
La puerta está entreabierta. Yo la cerré. Estoy seguro de que la cerré. La abro.
Las notas siguen en su sitio. Todas. Excepto una. Un nuevo mensaje ha aparecido en la pared.
"No fuiste tú."
El terror me hunde en una espiral de náusea. Detrás de mí, el reflejo en el espejo se ríe.
Abajo, en la calle, los que me observaban han comenzado a moverse. Se están acercando.
Capítulo 4: El Llamado desde la Niebla
El sonido me despierta. Tres golpes secos en la puerta. No abro los ojos de inmediato. Algo en el aire me advierte que no lo haga. Es una sensación densa, pegajosa, como si el mundo a mi alrededor hubiese cambiado de textura mientras dormía. Un olor metálico se mezcla con algo más dulce, más denso, una fragancia que no debería estar aquí. Respiro hondo, intentando ubicarme, pero algo está mal. Cuando finalmente reúno el valor para abrir los ojos, el terror me paraliza. No estoy en mi departamento. Estoy en la calle.
De pie, inmóvil, con los pies desnudos sobre el asfalto helado, observo la ciudad a mi alrededor y un escalofrío me sacude la columna vertebral. Los rascacielos se alzan sobre mí como colosos de pesadilla, pero hay algo distinto en ellos. No hay ruidos de motores, ni pasos, ni voces, solo un silencio absoluto que retumba en mi cráneo como un eco sordo. El mundo parece contener la respiración. Todo está detenido.
A mi lado, un charco oscuro se desliza lentamente hacia una alcantarilla. No quiero mirar su origen, no quiero saber si es lo que temo. Bajo la vista y veo mis manos. La derecha está manchada con algo seco, rojizo. La izquierda sostiene un objeto que reconozco al instante. El cuchillo. Limpio. Sin rastros. No sé por qué lo tengo ni cómo llegó ahí, pero el pánico me invade antes de poder pensar en una respuesta.
Los golpes vuelven a sonar, pero no hay puerta. No hay nada a mi alrededor que pueda explicar el sonido. Confundido, levanto la vista, buscando una señal, una lógica que explique lo que ocurre. Es entonces cuando la veo. Una única ventana iluminada entre las miles de otras que permanecen oscuras. Mi ventana. Quince pisos más arriba. Siento un nudo en el estómago cuando mis ojos captan la silueta de una figura de pie tras el cristal. Me está mirando.
Un escalofrío me recorre la piel al notar que sus gestos son los míos, pero su expresión no lo es. Me paralizo cuando la figura alza lentamente una mano y apoya la palma contra el vidrio. Un horror indescriptible se apodera de mí al comprender lo imposible: mi reflejo no está aquí conmigo. Está allá arriba, dentro de mi apartamento, observándome con una paciencia antinatural, como si esperara algo.
El sonido de los golpes se intensifica, retumbando en mi cabeza como un tambor de guerra. No vienen de la puerta, ni de las paredes, ni de ninguna parte tangible. Vienen desde dentro de mí. La ciudad vibra, las luces de las farolas parpadean y, en un instante, siento una presencia tras de mí. Antes de poder reaccionar, una voz baja y gutural, tan familiar como extraña, susurra en mi oído con un tono que hiela mi sangre.
—Es hora.
Capítulo 5: La Última Mirada
El mundo entero parece temblar a mi alrededor. Los golpes ya no son un sonido externo, son una vibración dentro de mi propio cuerpo, resonando en mi pecho, en mis huesos, en cada fibra de mi ser. Intento respirar, intento moverme, pero es como si algo me estuviera sujetando desde adentro, obligándome a quedarme quieto mientras la realidad se retuerce a mi alrededor. La silueta en la ventana sigue ahí, con su palma contra el vidrio, inmóvil, pero expectante, como si aguardara a que yo entendiera algo que aún no puedo ver con claridad.
De pronto, las luces de la ciudad titilan violentamente y, en un parpadeo, ya no estoy en la calle. Me encuentro de pie en mi apartamento, mirando hacia afuera. La transformación es tan abrupta que por un momento mi cerebro se niega a procesarlo. Todo es exactamente como lo recuerdo: los muebles en su lugar, las sombras alargadas proyectadas por la tenue iluminación, el leve olor a encierro que impregna el aire. Pero algo no encaja.
Bajo la vista y noto que mis manos están vacías. No hay cuchillo, no hay manchas, no hay rastro de que haya estado afuera hace apenas unos instantes. Giro la cabeza lentamente hacia la ventana y entonces lo comprendo.
Ya no estoy afuera.
Ahora soy yo quien está dentro.
El reflejo que antes observaba desde la calle ahora se encuentra al otro lado del vidrio, en la oscuridad de la ciudad, mirándome fijamente con una sonrisa leve y perturbadora. Siento mi garganta cerrarse, mis labios se separan en un intento de gritar, de pedir ayuda, de hacer algo que me saque de esta pesadilla. Pero no tengo oportunidad.
Mi reflejo alza lentamente la mano y con una calma insoportable corre las cortinas desde afuera.
La oscuridad me envuelve.
Y la historia termina.
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