Pato capitulo 6
Capítulo 6: Decisiones difíciles
El dolor en su costado era punzante, constante, pero Hernán apenas lo sentía frente al peso de la culpa que lo consumía por dentro. El médico le había dicho que tenía dos costillas rotas y que debía evitar movimientos bruscos, pero eso era lo último en su mente. Cada vez que recordaba el cuerpo sin vida de Patricia, colgando del techo de su habitación, su estómago se revolvía. Él había fallado.
Durante años, Hernán se había convencido de que algún día, de una forma u otra, Patricia se daría cuenta de que él era el hombre que siempre había estado ahí para ella. Creía que, con el tiempo, podrían estar juntos, que el amor platónico que sentía por ella se convertiría en algo real. Pero Patricia nunca lo había visto de esa manera, y ahora… nunca lo haría.
Mientras observaba las fotos y videos en el USB, Hernán se sintió asqueado por lo que descubría. Patricia había sido víctima de los hombres más cercanos a su padre, utilizada, drogada, violada. Y lo peor de todo es que él había estado demasiado ciego para verlo. Siempre pensó que las depresiones de Patricia, su necesidad constante de ansiolíticos y antipsicóticos, eran solo una consecuencia del estrés de su vida profesional. Nunca imaginó lo que había detrás.
El dolor físico que sentía por la paliza de Martín se mezclaba con el emocional. Sentía la culpa pesada en el pecho, como un yunque. Debería haber hecho algo antes. Pero no lo hizo. Y ahora, hacer justicia era lo único que podía hacer por ella. Sabía que no le devolvería la vida, pero al menos podría limpiar su nombre. Patricia no se había suicidado solo porque era una "chica de excesos". Su padre y sus amigos la habían empujado al abismo.
Decidió volver a la comisaría. No podía quedarse de brazos cruzados. Con el USB como prueba, Hernán esperó que la policía viera la verdad. Pero cuando llegó, su recepción fue fría, incluso condescendiente. El detective que lo recibió hojeó los documentos, miró algunos de los videos, pero negó con la cabeza.
—Lo siento, Silba, pero esto no es suficiente —dijo el detective—. Sí, es perturbador. Patricia vivía al límite, eso es obvio. Pero esto no prueba un asesinato, solo muestra que tenía una vida descontrolada. No hay cartas de extorsión, ni amenazas directas. Solo… fiestas. Y mucha gente con dinero hace cosas que prefieren que nadie sepa. Pero no veo cómo esto prueba que su muerte fue otra cosa que un suicidio.
Hernán se quedó helado. ¿Cómo podía la policía ignorar lo que era obvio? El detective se levantó, ofreciéndole una sonrisa que a Hernán le pareció cruel.
—Sé que es difícil de aceptar, pero a veces la gente elige caminos oscuros. Quizá si buscas a alguien más, alguien dispuesto a profundizar en esta historia, pero desde aquí… no veo nada que nos lleve a reabrir el caso. —El detective hizo una pausa antes de añadir—: Te sugiero que lo dejes. Lo que estás haciendo solo te traerá problemas.
Hernán salió de la comisaría, tambaleándose levemente por el dolor en sus costillas. ¿Dejarlo? No. No podía. No después de lo que había visto, de lo que había descubierto.
Con una mano temblorosa, marcó el número de un periodista que sabía que podría ayudarlo. Se trataba de alguien con una reputación de escarbar en las historias más oscuras del poder, alguien que no tenía miedo de enfrentarse a los ricos y poderosos. Hernán le explicó el caso brevemente, usando las palabras adecuadas para despertar su interés.
—Nos vemos en un bar a las afueras de la ciudad —dijo el periodista, finalmente—. Quiero ver esas pruebas.
Hernán acordó la reunión y colgó. Mientras caminaba hacia su coche, un dolor agudo le recordó las costillas rotas. Estaba herido, débil, pero también más decidido que nunca. Si la policía no iba a ayudarlo, él se encargaría de llevar el caso a la prensa. No iba a rendirse ahora.
Horas más tarde, Hernán estaba sentado en una mesa del bar, esperando. El lugar estaba casi vacío, una taberna oscura a las afueras de la ciudad, un lugar donde no muchas personas pasaban. Cuando el periodista finalmente llegó, Hernán sintió una mezcla de esperanza y miedo. Este era el siguiente paso, y sabía que no habría marcha atrás.
—Hernán Silba, supongo —dijo el hombre, tomando asiento frente a él. El periodista lo miró de arriba abajo, fijándose en la ceja rota y en la rigidez de su postura—. Parece que ya te han dado tu primera advertencia.
—Eso no importa —respondió Hernán—. Lo que importa es lo que tengo aquí. —Colocó el USB sobre la mesa.
El periodista lo tomó y lo miró, pensativo.
—Entonces, ¿esto es lo que va a destapar todo? —preguntó, levantando una ceja.
—No son solo las imágenes. Es lo que representa. —Hernán se inclinó hacia adelante, sintiendo una punzada en el costado—. Esta es la historia de una hija usada por su propio padre, de una red de poderosos que la drogaron, la manipularon y la violaron. Y cuando ella quiso hablar, la silenciaron.
El periodista lo observó en silencio durante un momento, sus ojos afilados.
—Es una historia convincente —dijo finalmente—. Pero necesitas más. Si realmente quieres exponerlos, no puedes confiar solo en esto. Si es tan grande como dices, ellos ya estarán preparando sus propias defensas. Necesitas más pruebas. Algo que no puedan negar.
Hernán sintió una oleada de frustración, pero también supo que el periodista tenía razón. No podía detenerse. Debía seguir adelante, aunque eso significara ir más profundo, arriesgar más. Su cuerpo le dolía, pero su determinación seguía intacta.
—Haré lo que sea necesario —dijo finalmente Hernán—. No puedo dejar que Patricia se quede en el olvido.
El periodista asintió.
—Entonces, más vale que estés preparado. Esto va a ser mucho más sucio de lo que piensas.
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