Pato - Capitulo 8

Capítulo 8: Descenso a la oscuridad

Hernán no había dormido toda la noche. La paliza, las amenazas y los secretos oscuros que había desenterrado lo mantenían despierto. El dolor en las costillas y la herida en la ceja no hacían más que recordarle la intensidad de la batalla que estaba librando. Sabía que la situación era peligrosa, pero estaba decidido a seguir adelante, incluso si el precio era su propia vida.

Al amanecer, subió la televisión en busca de distracción, pero en su lugar, encontró un reportaje que le heló la sangre. En la pantalla, un coche cupé Tigra, parcialmente calcinado, aparecía envuelto en llamas junto a una carretera desierta en las afueras de la ciudad. Reconoció el coche al instante. Era el de Marta.

El locutor comentó que el vehículo había sido encontrado horas atrás, y que, según las primeras investigaciones, en el maletero se encontraron los cuerpos calcinados de dos mujeres. Las palabras del periodista se mezclaron con los latidos acelerados de Hernán. Sabía que Marta había intentado ayudar, que había arriesgado su vida al proporcionar información. ¿Había sido descubierto?

Un nudo de culpa se forma en su estómago. Quizás él la había puesto en peligro al confiar en ella. Pero ahora no había vuelta atrás. No podía detenerse.

Esa misma noche, decidió ir al Salims. Marta y Molly eran las únicas personas que le proporcionaban información valiosa. Necesitaba encontrar a Molly, hacer que testificara y que contara lo que sabía sobre Patricia. En cuanto entró al burdel, fue recibido por una atmósfera de incomodidad. Las chicas lo miraban con lástima y algunas incluso desviaron la mirada. Al preguntar por Molly, la encargada del lugar económico con la cabeza.

—No ha venido en dos días. Nadie sabe nada de ella —dijo, con un tono de preocupación—. Eso no es normal en ella. Nunca desaparece sin avisar.

La noticia dejó a Hernán helado. ¿Podría Molly haber sufrido el mismo destino que Marta? Salió del Salims con una sensación de impotencia creciente. Estaba claro que cada persona que intentaba ayudar estaba en peligro. Molly y Marta eran piezas menores en el juego, pero eso no les garantizaba la seguridad. Sabía que este era el sello de Martín, el brazo ejecutor de Luciano, un hombre sin piedad ni escrúpulos. Y ahora él estaba en la cima de la cadena de mando.

Mientras tanto, el periodista, que había trabajado de cerca con Hernán los últimos días, también estaba inmerso en sus propios dilemas. Al principio, su conexión con el círculo de poder lo había motivado a investigar desde dentro, pero ahora, cada vez que miraba a Hernán, sentía que sus lealtades se tambaleaban. Lo que había comenzado como un trabajo se estaba transformando en algo mucho más personal. El deseo de ayudar a Hernán y protegerlo comenzaba a superar sus propios miedos y ataduras con el círculo.

Pero Hernán no era ajeno a la tensión creciente entre ellos. Notaba las miradas esquivas del periodista, los silencios incómodos cada vez que mencionaban las pruebas que necesitaban, o el siguiente paso en su investigación. Algo no cuadraba. Había confiado en él hasta ahora, pero comenzaba a dudar si esta relación profesional estaba tan consolidada como creía.

La presión crecía a cada segundo. Hernán tenía que decidir si seguir confiando en él o tomar distancia. Pero el tiempo era limitado y, aunque el periodista mostraba una actitud ambigua, necesitaba su ayuda. Las dudas podían esperar; la verdad no.


Al día siguiente, las noticias de la mañana lo sacudieron como una bofetada. En la pantalla apareció una toma del coche de Marta, aún humeante, con agentes de policía rodeándolo y tapando los cuerpos carbonizados. Hernán apretó los puños, la culpa y la impotencia lo inundaron. Martín lo había hecho. Había eliminado a Marta y Molly sin miramientos, como si fueran piezas reemplazables en un juego sucio que él controlaba a su antojo.

Sabía que su vida estaba en riesgo, pero esto también significaba que estaba peligrosamente cerca de la verdad. El círculo de poder estaba dispuesto a matar a cualquiera que intentara exponerlo, y Martín no tenía límites. Hernán miró a su alrededor, cada rincón de su casa parecía contener una amenaza latente. No podía quedarme allí, debía actuar rápido.

El periodista, que también vio la noticia, lo llamó poco después.

—Hernán, esto está escalando demasiado rápido. Ellos no están jugando. No te sorprendas si tú eres el próximo.

Hernán asintió, consciente de lo que implicaba seguir adelante.

—Sé que estamos en peligro, pero no voy a detenerme ahora. No después de esto —respondió, con la voz cargada de rabia.

—Entonces será mejor que no nos veamos en lugares públicos por un tiempo —respondió el periodista, su voz apenas temblando.

Hernán notó algo extraño en el tono de su voz, una mezcla de preocupación y un trasfondo de afecto que lo hizo dudar aún más de sus intenciones.

—¿Hay algo que deba saber? —preguntó, queriendo disipar sus sospechas.

Hubo un silencio prolongado al otro lado de la línea.

—No, nada que deba preocuparse —contestó finalmente el periodista, en un tono que no lograba tranquilizarlo.


Esa noche, Hernán se encerró en su apartamento. El cansancio físico y mental lo abrumaba, pero sabía que el tiempo se estaba acabando. Martín estaba tomando las riendas del juego, y cada movimiento que hacía eliminaba una pieza clave en su investigación.

Mientras intentaba ordenar sus pensamientos, el teléfono vibró. Un mensaje anónimo: "Deja de buscar, o terminarás como la niñera y la chica del bar."

El estómago de Hernán se revolvió. Sabía que cada paso lo acercaba más al borde del abismo, pero ahora la muerte de Marta y Molly se había convertido en un punto de no retorno. La amenaza no hacía más que reforzar su determinación. Debía encontrar a Martín y detenerlo antes de que él mismo fuera la próxima víctima.


Hernán cerró los ojos por un momento, tratando de disipar el cansancio, pero la determinación seguía ardiendo en su pecho. No podía detenerse ahora, incluso si eso significaba poner en riesgo su propia vida. Martín tenía que pagar.




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