PATO capitulo 7
Capítulo 7: La trampa
El ambiente en la fiesta era abrumador. Las luces, la música estridente, y el aroma inconfundible de alcohol y tabaco lo envolvían todo. Hernán y el periodista se movían entre la multitud, intentando no llamar la atención, pero sabían que estaban rodeados de peligros. Esto no era una simple fiesta. Era uno de esos eventos exclusivos donde se sellaban los negocios más sucios, donde las máscaras de las élites caían para revelar sus verdaderas caras.
Marta, con su aspecto frío pero profesional, había logrado infiltrar al periodista como "chico de compañía". Su papel era pasar desapercibido, escuchar las conversaciones, fisgonear en los cuartos, y si tenía suerte, obtener alguna prueba incriminatoria. Hernán, por su parte, había decidido mantenerse cerca de las chicas que conocieron a Patricia. Sabía que algunas de ellas habrían visto u oído cosas que podían darle pistas sobre la extorsión que Marta había mencionado.
"Que se creía, que después de querer extorsionarnos se iba a ir de rositas." Esa frase resonaba en la mente de Hernán mientras caminaba entre las habitaciones. Si Patricia había intentado extorsionar a alguien, debía haberlo hecho con las pruebas que tenía sobre las fiestas. Esa era la pista más clara, pero necesitaban algo más concreto, algo que obligara a la policía a actuar.
Hernán encontró a una chica sentada en una esquina, con el rostro cansado y una copa en la mano. Marta le había dicho que esa chica, Natalia, era una de las pocas personas con las que Patricia mantenía contacto regular antes de morir.
—¿Eres Hernán? —preguntó ella, con un tono de voz apagado—. He oído hablar de ti.
Hernán se sentó junto a ella, manteniendo la mirada baja para no llamar la atención.
—Patricia te quería mucho, Natalia —dijo Hernán—. Sé que la ayudaste en más de una ocasión. Necesito que me ayudes ahora. Necesito saber qué pasó realmente con ella.
Natalia suspiró y tomó un trago largo antes de responder.
—Patricia era diferente… no como las otras chicas. Ella nos ayudaba, ¿sabes? A algunas de nosotras nos sacó de la calle, nos dio trabajo, una oportunidad. Pero siempre tenía esa sombra encima… como si llevara una carga demasiado pesada.
—¿Sabes si ella intentó extorsionar a alguien? —preguntó Hernán, directo.
Natalia lo miró fijamente por un momento, y luego asintió lentamente.
—Escuché algunos rumores. Decían que Patricia tenía pruebas sobre lo que pasaba en estas fiestas, y que iba a usarlas para vengarse de su padre. Sabía que él la había traicionado, que la había usado. Quería hacerle pagar… pero se fue de las manos. —Se inclinó hacia él, susurrando—. Algunos de los hombres aquí no la querían viva. Sabían que si hablaba, caería todo el castillo de naipes.
Antes de que Hernán pudiera preguntar más, un murmullo inquietante recorrió la sala. Luciano había llegado. Hernán lo reconoció de inmediato, su imponente figura atravesando el lugar como si fuera el dueño absoluto del mundo. El peligro era evidente. Si Luciano los veía, todo su plan estaría en riesgo.
Hernán buscó con la mirada al periodista, pero no lo encontró entre la multitud. El tiempo se agotaba. Se levantó rápidamente, haciendo un esfuerzo por no llamar la atención. El dolor en sus costillas se hizo más agudo, pero ignoró el malestar. Tenía que encontrarlo y salir de allí.
Mientras recorría los pasillos y las habitaciones en busca del periodista, su mente no dejaba de atormentarlo con dudas. ¿Realmente valía la pena todo esto? Había pasado de ser un simple espectador en la vida de Patricia a sumergirse en un mundo oscuro del que no sabía si saldría con vida. Y aunque su motivación principal era hacer justicia por ella, ¿hasta dónde estaba dispuesto a llegar? ¿Merecía morir por esto?
De repente, se encontró frente a frente con Luciano en la cocina. El corazón de Hernán se detuvo por un segundo, pero Luciano no lo reconoció de inmediato. Lo miró de reojo, sin detenerse demasiado en él, y siguió su camino, subiendo las escaleras con determinación. Estaba buscando algo, o a alguien.
Hernán sabía que no había tiempo que perder. Subió las escaleras lo más rápido que su cuerpo lastimado le permitió, y al final del pasillo lo encontró: el periodista estaba revisando los cajones de una de las habitaciones.
—Tenemos que irnos —dijo Hernán, jadeante—. Luciano está aquí.
El periodista lo miró con los ojos abiertos de par en par, y sin dudarlo, comenzaron a moverse. Sabían que si Luciano los veía, no habría salida fácil. Miraron alrededor, buscando una vía de escape, y entonces vieron la ventana. No era alta, pero lo suficiente como para que un salto resultara peligroso.
—Ayúdame a bajar las sábanas —ordenó Hernán, mientras el periodista ataba una improvisada cuerda de sábanas al borde de la cama.
Primero bajó Hernán, luchando contra el dolor de sus costillas mientras descendía por la cuerda. Cuando llegó al suelo, esperó al periodista, quien al saltar pisó mal y cayó al suelo con un grito ahogado.
—¡Mi pie! —se quejó el periodista, con el rostro retorcido de dolor.
Hernán no tuvo tiempo de pensarlo. Lo cargó sobre su hombro, aguantando el dolor de sus propias heridas, y lo llevó hacia el coche. Sabía que debían escapar rápido antes de que alguien los descubriera.
Mientras conducían de vuelta a la ciudad, en medio del silencio roto solo por el sonido de la respiración pesada de ambos, Hernán tuvo un momento de duda. ¿Realmente valía la pena todo esto?
—No decaigas ahora —dijo el periodista, leyendo sus pensamientos—. Estamos cerca. No te rindas.
Hernán no respondió. Su mente seguía atrapada entre el dolor físico y la creciente oscuridad que los rodeaba. Estaban en peligro, y el precio por la verdad podría ser mucho mayor de lo que imaginaba.
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