PATO capitulo 4

 

Capítulo 4: El encuentro

Hernán condujo a través de la carretera serpenteante, siguiendo la dirección que había recibido en el mensaje. Cuanto más se alejaba de la ciudad, más sentía que se internaba en la boca de un lobo invisible, un peligro que lo rodeaba pero que aún no podía ver del todo. Sabía a dónde iba, lo recordaba bien. La casa de verano de los Sáenz, donde Patricia había pasado su infancia, y que ahora era la residencia habitual de Luciano. Un lugar que alguna vez fue un refugio familiar, pero que en los últimos años se había transformado en escenario de fiestas y reuniones llenas de excesos, lejos de las miradas indiscretas.

Al llegar, la vieja verja oxidada crujió al empujarla. El silencio en aquel lugar era casi insoportable, solo roto por el eco de sus pasos sobre la gravilla. Se acercó a la entrada de la casa, una estructura antigua que había visto mejores días, y que ahora lucía más sombría y descuidada.

Cuando estaba a punto de tocar la puerta, una voz lo detuvo.

—No entres —la voz era femenina, baja y firme, con un tono que no admitía discusión.

Hernán se giró bruscamente y vio una figura emergente de las sombras, una mujer envuelta en un abrigo oscuro. Aunque no la reconoció de inmediato, había algo en su presencia que le resultaba familiar, una sensación vaga, como un eco de otro tiempo.

—¿Quién eres? —preguntó, sus sentidos agudizándose ante la repentina aparición.

La mujer se acercó lentamente, con calma, sin temor. Hernán pudo verla mejor a medida que la luz tenue de una farola cercana iluminaba su rostro. Y entonces lo recordé: era Marta, la antigua niñera de Patricia y su hermana, una mujer que había trabajado para la familia Sáenz durante décadas. Patricia siempre la había mencionado con cariño, como si fuera parte de la familia. Lo que Patricia nunca supo —y lo que Hernán acababa de descubrir— era que Marta había pasado de niñera a secretaria, y de secretaria a amante secreta de Luciano.

— ¿Qué haces aquí? —insistió Hernán, desconcertado por su aparición.

Marta lo miró con una mezcla de lástima y advertencia.

—Estoy aquí para salvarte de cometer un error que te costará la vida —dijo con frialdad—. Sé lo que estás buscando, pero estás en el lugar equivocado. Patricia nunca te contó todo lo que sabías porque ni ella misma sabía en qué se había metido.

Hernán apretó los puños. No confiaba en Marta, pero necesitaba respuestas.

—¿Qué quieres decir? —preguntó, tratando de mantener la calma.

—Patricia no se suicidó —dijo Marta, sin rodeos—. Lo sabes, pero no tienes pruebas, al menos no suficientes. Lo que te voy a dar es lo que necesitas para entender por qué la mataron, y por qué tú podrías ser el próximo si sigues buscando.

Marta le entregó un pequeño USB, casi de forma casual, como si no pesara más que una pluma, aunque Hernán sabía que lo que contenía era mucho más pesado de lo que parecía.

— ¿Qué hay en esto? —preguntó Hernán, mirando el dispositivo en su mano.

—Todo lo que necesitas para saber quién era realmente Patricia. Los videos, las fotos… las pruebas que la hundirían si alguien las hiciera públicas. Fiestas, drogas, sexo y sobre todo, los hombres que la rodeaban. Hombres que no pueden permitirse que su imagen quede manchada por los escándalos de una mujer que ya no está. Pero eso no es lo importante. Lo importante es lo que Patricia estaba por descubrir.

Hernán la miró fijamente, sus dedos apretando el USB. Sabía que Patricia había jugado en el límite de lo peligroso, pero esto… esto era mucho más de lo que había imaginado.

—Documentos —continuó Marta, su voz baja pero firme—. Listas de pagos, favores, nombres de personas que no querrían verse implicadas. Patricia robó esos documentos del despacho de su padre, y con ellos podría haber destruido no solo a Luciano, sino a mucha gente poderosa. Gente que sin duda en silenciar a quien se interpone en su camino.

Hernán sintió cómo el suelo bajo sus pies parecía tambalearse. Patricia había estado en medio de una tormenta mucho más grande de lo que él creía, y ahora él estaba a punto de ser arrastrado también. La idea de que esas mismas personas que habían mandado matar a Patricia podían estar vigilándolo lo hizo sentir un miedo paralizante.

—¿Por qué me das esto? —preguntó Hernán, sin poder ocultar su desconfianza—. Sabes que esto es peligroso para ti también.

Marta lo miró con una frialdad calculada, como si todo esto fuera parte de un plan más grande del que Hernán no era consciente.

—Porque sé que tú quieres que la verdad salga a la luz, y yo también lo quiero. Patricia era importante para mí. La quise como a una hija, y por mucho que ella no supiera la verdad sobre mí y su padre, nunca dejé de cuidarla. Pero ahora te toca a ti. Con esto, podrás demostrar que ella no se suicidó, y limpiar su nombre. Pero también te advierto: si sigues adelante, serás el siguiente en tu lista.

Hernán tragó saliva. El miedo lo invadía, pero también la determinación de hacer justicia por Patricia.

—¿Ellos? —preguntó finalmente—. ¿Quién son "ellos"?

Marta sonrió con amargura.

—Los mismos que llevaron a Luciano a la cima. Los que manejan los hilos detrás de todo. Si te doy nombres, estarás muerto antes de que puedas siquiera mencionarlos. Pero en esos documentos, están las pruebas. Haz lo que tengas que hacer, Hernán. Pero recuerda: no confies en nadie.

Marta dio media vuelta, desapareciendo en la oscuridad del jardín, dejando a Hernán solo, con el USB en su mano y la certeza de que, si seguía adelante, estaba entrando en un juego donde las apuestas eran mucho más altas de lo que jamás había imaginado.





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