PATO capitulo 5

 Capítulo 5: Descubriendo la verdad

Hernán se sentó frente a su computadora, el USB temblando ligeramente entre sus dedos. Sabía que lo que estaba a punto de ver cambiaría todo lo que creía saber sobre Patricia. La imagen que había construido de ella —una mujer fuerte, pero honesta y justa, que se enfrentaba a las dificultades sin perder su integridad— empezaba a desmoronarse. Con una mezcla de ansiedad y rabia contenida, conecte el dispositivo al puerto USB.

El contenido comenzó a aparecer en la pantalla. Archivos de video, fotos, documentos… No sabía por dónde empezar, pero su mano se movió casi por instinto hacia los videos. Al abrir el primero, la imagen de Patricia, sonriente y bailando en una fiesta llena de gente, se proyectó en su pantalla. La música alta, las risas, las copas en las manos de todos. Al principio, parecía una celebración normal, aunque un poco salvaje.

Pero la escena pronto cambió. Patricia estaba visiblemente intoxicada, rodeada de hombres que la miraban con una mezcla de deseo y desprecio. Luego, en otro video, se la veía inconsciente en una cama, mientras los amigos de su padre, borrachos y desinhibidos, se acercaban a ella. Hernán presionó los puños al ver cómo uno de esos hombres se abalanzaba sobre ella. Estaba dormida, indefensa. Un nudo se forma en su garganta. Patricia no era la mujer que él pensaba, pero tampoco merecía esto.

La sensación de traición lo golpeó fuerte, pero lo que siguió fue peor. Luciano lo sabía . No había duda de que estas fiestas no eran secretas para él. En uno de los videos, Hernán vio a su padre, Luciano Sáenz, observando en la distancia, con una copa en la mano, como si todo fuera normal. ¿Había usado a Patricia como moneda de cambio en sus tratos desde joven? El mero pensamiento llenaba a Hernán de ira, pero también de una angustia profunda.

Entonces, abrió la carpeta de documentos. Allí estaban las listas, los nombres de poderosos políticos, empresarios, hombres que asistían a aquellas fiestas, y una serie de transacciones financieras ilegales: pagos por favores, asesinatos, venta de terrenos prohibidos. Este era el verdadero poder de Luciano . No solo controlaba su ciudad, sino que estaba vinculada a una red mucho más amplia, más oscura. Patricia, de alguna manera, se había conseguido hacerse con esos documentos, y eso la había condenado.

Hernán se frotó el rostro. Debía hacer algo. No podía dejar que todo esto se enterrara con Patricia. Sabía que acudir a la policía sería inútil; varios nombres en documentos esos estaban relacionados con figuras importantes dentro del propio cuerpo policial. Esto era más grande de lo que imaginaba.

Un periodista. Eso era lo que necesitaba. Alguien que no temiera destapar esta verdad. Recordó a un periodista conocido por investigar y exponer casos de corrupción en las altas esferas. Ya había insinuado en las noticias que el caso de Patricia no parecía tan claro. Hernán decidió buscarlo.

Pero antes de salir, un golpe fuerte en la puerta lo sacó de sus pensamientos.

—¡Abre, Silba! —la voz grave lo hizo retroceder de inmediato. Reconoció el tono autoritario de Martín, el guardaespaldas personal de Luciano.

Hernán sintió cómo el miedo se apoderaba de él. Sin embargo, no podía detenerse ahora. Guardó el USB en su bolsillo y abrió la puerta lentamente, sabiendo que no sería una conversación amistosa.

Martín entró sin ser invitado, su corpulenta figura llenando la habitación. Lo miró con desprecio, su ceño fruncido.

—No sé qué crees que estás haciendo, Hernán, pero te lo digo de una vez: deja el caso de Patricia. Déjala descansar. No te metas en asuntos que no te incumben, o vas a terminar como ella.

Antes de que Hernán pudiera reaccionar, Martín lo empujó contra la pared con fuerza. Sintió cómo el aire se escapaba de sus pulmones cuando el guardaespaldas lo golpeaba en el estómago, dejándolo sin aliento. El dolor era insoportable, pero el miedo no lo dejaba pensar con claridad.

—Esto es solo un aviso —dijo Martín, sacudiéndose las manos—. Si sigues adelante, será lo último que hagas.

Martín salió, dejando a Hernán desplomado en el suelo, jadeando por aire y con el cuerpo lleno de dolor. Pero la ira lo mantuvo consciente. Sabía que estaba en el camino correcto. Esa paliza solo confirmaba que estaba más cerca de la verdad de lo que Luciano quería que estuviera.

No podía detenerse ahora. Debía reunirse con el periodista y, de alguna manera, hacer que esta verdad saliera a la luz, sin importar el costo. Patricia había sido manipulada, usada como una herramienta en el juego sucio de su padre, y alguien debía pagar por ello.

Hernán se levantó lentamente, con las manos temblorosas y el cuerpo dolorido. Era solo el comienzo de un camino mucho más peligroso. Pero no había marchado atrás.




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