Ni vos sos un milagro, ni yo una causa perdida. Pero acá estamos. (parte 1)
No sé cómo empezar esto sin traicionarme.
y no salió corriendo.
La única que ha olido mi derrota,
la ha probado, la ha escupido y aún así
se quedó a la mesa.
No es una santa, ni una mártir, ni una flor.
Es una tormenta que aprendí a amar
después de odiarla con todas mis fuerzas.
Sí, alguna vez la odié.
Como uno odia lo que le muestra el espejo
cuando no está listo para mirarse.
Pero después entendí.
Y hoy la amo.
Con locura y sin locura.
Con toda la torpeza de un hombre que alguna vez creyó que el amor
era una trampa para idiotas,
y ahora escribe esto.
Tania no es perfecta.
Pero es exactamente lo que cualquiera que necesita compañía
de verdad, de esa que no se compra ni se vende,
debería tener.
No me acompaña, me sostiene.
No me entiende, me soporta.
No me cura, pero me hace más llevadero el dolor.
Y con eso, joder, alcanza.
Esto es para ella.
Porque los poemas también se escriben con cicatrices.

Comentarios
Publicar un comentario
comentarios