PATO capitulo 10
Capítulo 10: La Parca en la trampa
La noche antes del enfrentamiento, Hernán y Sergio revisaron cada detalle de su plan en un pequeño hostal escondido en una zona concurrida de la ciudad. Sabían que Martín no se andaría con rodeos; si aceptaba el encuentro, lo haría solo para eliminar a ambos de una vez por todas. Pero esta vez, Hernán y Sergio tenían una ventaja: la policía estaba de su lado, y los comandos especiales se encargarían de rodear a Martín y sus hombres.
El estacionamiento de la 6.ª con la 3.ª era el lugar que Martín había elegido, un edificio abandonado en las afueras de la ciudad. Los agentes de policía y los equipos de seguridad se ocultan estratégicamente en las sombras de las plantas superiores, listos para intervenir en cuanto se diera la señal. La Parca nunca había sido atrapada, pero esta vez, la oportunidad era real.
El viernes, a las 19 en punto, Hernán y Sergio aparcaron en el nivel más alto del estacionamiento, justo donde Martín les había indicado. Había un silencio inquietante en el aire, y el eco de sus pasos reverberaba en la estructura vacía. Hernán lanzó una última mirada a Sergio, quien, aunque pálido y claramente tenso, mantenía una expresión de determinación.
—Recuerda, pase lo que pase, mantén la calma —le dijo Hernán, tratando de infundirle valor.
Sergio intentó sonreír, pero su voz traicionó un leve temblor.
—No es fácil mantener la calma cuando tienes un asesino a sueldo apuntándote… pero lo intentaré.
A medida que caminaban hacia el coche de Martín, Hernán comenzó a notar algo en Sergio, algo que no había visto antes. Era una mirada intensa, casi ansiosa. Antes de que pudiera procesarlo, Sergio se inclinó hacia él, como si fuera a besarlo. Hernán lo detuvo suavemente, y en voz baja le dijo:
—Sergio, valoro lo que has hecho y lo que estamos haciendo juntos… pero no puedo recomendar eso. No es el tipo de relación que quiero.
El rostro de Sergio mostraba una mezcla de tristeza y comprensión. Asintió, y juntos continuaron su camino hacia el coche de Martín. Sabían que cualquier distracción podía costarles la vida, y debían centrados en el plan.
Martín ya los esperaba, apoyado contra su coche, con una sonrisa macabra en su rostro. A su lado, dos de sus hombres sostenían metralletas, sus miradas frías y calculadoras. Era una escena que anunciaba peligro.
Al llegar a unos metros de Martín, Hernán se dio cuenta de que no había tiempo para palabras. En cuanto Sergio dio un paso más cerca, Martín sacó una pistola Block del calibre 22 y, sin decir una sola palabra, disparó a bocajarro hacia Sergio. El sonido del disparo resonó en el estacionamiento, y Sergio cayó al suelo con un grito ahogado, su mano presionando la herida en el abdomen.
Martín se acercó, sosteniendo el arma con calma, y miró a Hernán con una sonrisa cruel.
—Ahora sí podemos comenzar a negociar —dijo, su voz rebosante de desprecio—. Medio millón, ¿verdad? Pero ¿sabes? Creo que prefiero verlos muertos.
Hernán sintió un impulso de rabia y desesperación, pero se forzó a mantener la calma. Sabía que los agentes de policía estaban escondidos en las sombras, observando, esperando la señal. Se inclinó hacia Sergio, quien respiraba con dificultad, pero aún consciente.
—Aguanta, Sergio —le susurró, mientras mantenía la vista fija en Martín.
Los hombres de Martín dieron un paso adelante, levantando sus armas y preparándose para disparar. Fue entonces cuando Hernán hizo una señal leve, disimulada, y las luces del estacionamiento se apagaron de golpe. Era la señal que habían acordado con la policía.
En un instante, los comandos de la policía emergieron de las sombras, gritando órdenes y apuntando sus armas hacia Martín y sus hombres. Un caos de gritos y disparos llenó el lugar. Hernán se lanzó al suelo junto a Sergio, protegiéndolo mientras los comandos se enfrentaban a los hombres de Martín.
El tiroteo fue breve pero intenso. Martín intentó resistirse, disparando hacia los comandos con una expresión de rabia. Uno de sus hombres cayó, y el otro se rindió al ver que estaban rodeados. Pero Martín, fiel a su reputación, no tenía intención de rendirse. La Parca no se rinde. Con una sonrisa de desprecio, volvió a levantar su arma, apuntando esta vez directamente hacia Hernán.
Pero antes de que pudiera disparar, un comando de la policía se lanzó hacia él, derribándolo y arrebatándole el arma. En cuestión de segundos, Martín estaba esposado, su rostro marcado por una mezcla de rabia y sorpresa. Por primera vez, la Parca había sido atrapada.
Hernán se volvió hacia Sergio, quien estaba pálido y con la respiración entrecortada, pero aún consciente.
—Lo logramos… lo logramos —susurró Hernán, mientras la policía se ocupaba de asegurar el área y de asistir a Sergio.
Justo en el momento en que creían que todo había terminado, uno de los policías se acercó a Hernán con el rostro grave.
—Hay algo más… Luciano Sáenz ha vuelto a la ciudad. Suspendió su descanso en las Bahamas. Parece que supo lo que estaba pasando aquí y está furioso. Quiso hablar contigo… directamente.
Hernán miró al policía en silencio, su mente, procesando la nueva amenaza. Luciano estaba de vuelta, y sabía que este era solo el comienzo de una confrontación aún más peligrosa.
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