PATO Capitulo 11

Capítulo 11: La caída del imperio

El eco de los pasos de Hernán resonaba en el vestíbulo del edificio gubernamental mientras se dirigía a la sala de conferencias donde se encontraba Luciano. La captura de Martín y las pruebas acumuladas por la policía ya estaban surtiendo efecto: la prensa, los altos mandos y el equipo legal se preparaban para un anuncio público. Pero Hernán sabía que Luciano aún tenía cartas bajo la manga. Un hombre como él no caería sin pelear.

La tensión en la sala era palpable. Luciano estaba sentado frente a él, su figura aún imponente, aunque sus ojos reflejaban la sombra de una furia contenida. Lo escoltaban dos agentes, pero su mirada seguía siendo la de un hombre acostumbrado a tener el control.

—¿Qué crees que lograrás con esto, Hernán? —dijo Luciano en un tono calculado, mientras esbozaba una leve sonrisa—. El mundo no cambia solo porque tú quieras. Siempre habrá alguien como yo… y, al final, solo habrás arruinado tu vida y la de Patricia por nada.

Hernán lo miró sin pestañear, dejando que su silencio hablara. Luego deslizó una carpeta sobre la mesa, donde estaban los documentos que probaban la red de tráfico de mujeres, corrupción y abusos en la que Luciano había estado involucrado durante décadas. Cada hoja, cada foto y cada grabación era una pieza que lo condenaba.

Luciano examinó las pruebas, su rostro inmutable.

—Medio millón de euros, Hernán. Tómalo, y desapareceré de tu vida para siempre. Puedes dejar todo esto atrás. Patricia… ya no va a volver.

Hernán apretó los puños, conteniendo la rabia. No se trata de dinero. Se trata de justicia.

—Así que esto es todo para ti? —replicó Hernán, su voz controlada, pero llena de desprecio—. ¿Todo el dolor que le causaste a Patricia no significa nada? Ella no era una mercancía. Y yo no pienso desaparecer.

Luciano suspiró, como si la conversación le resultara tediosa. Luego, con un tono más oscuro, dijo:

—Ella era solo una pieza. Y tú eres tan ingenuo como lo fue ella.

De repente, sonó el teléfono de uno de los agentes, interrumpiendo la conversación. Era una llamada urgente desde la comisaría: acababan de confirmar que Luciano había intentado usar sus últimos contactos para silenciar a varios reporteros que estaban a punto de publicar artículos sobre su red. El poder de Luciano estaba comenzando a colapsar, y Hernán podía ver la grieta en su fachada de control.


Mientras tanto, en el hospital, Sergio yacía en una cama, recuperándose de la herida que Martín le había dejado. A pesar del dolor físico, sentí una extraña paz. Había arriesgado su vida y su reputación, pero había ayudado a exponer a un monstruo, y eso le daba algo de consuelo. Sabía que, aunque nunca podría borrar su pasado con el círculo, había tomado la decisión correcta al final.

La policía a cargo de su vigilancia le entregó un sobre. Dentro había un mensaje breve y claro: “Luciano está intentando desviar la atención. Quiere usar sus contactos en el extranjero para desaparecer. Pero la verdad ya está fuera”. Sergio suena levemente, sintiendo que la justicia estaba al fin de su lado.


De vuelta en la sala de conferencias, Hernán y Luciano seguían enfrentándose con miradas cargadas de desprecio y desafío. La conversación se interrumpió cuando el jefe de policía entró en la sala, acompañado por un grupo de reporteros y cámaras.

—Luciano Sáenz —anunció el jefe de policía—, está arrestado bajo cargos de corrupción, tráfico de personas y complicidad en varios crímenes graves. Cualquier intento de usar su influencia o recursos para evitar la justicia será investigado a fondo.

La noticia fue recibida con una mezcla de alivio y escepticismo por la prensa. Luciano, imperturbable, mantuvo su mirada fija en Hernán, una última advertencia en sus ojos.

—Crees que esto termina aquí? —dijo, mientras los agentes lo esposaban—. Siempre habrá otro como yo. Y nunca podrás vivir en paz.

Hernán lo miró por última vez, sintiendo una mezcla de alivio y tristeza. Había obtenido justicia, pero sabía que el precio había sido alto. Patricia se había ido, y aunque él había cumplido su promesa, las cicatrices emocionales perdurarían. Pero al menos ahora, el mundo conocería la verdad.

Mientras Hernán se alejaba de la sala, recibió una llamada de Sergio, quien, aun en el hospital, le pidió que fuera a verlo. Su voz sonaba débil pero determinada.

—Tenemos que hablar… sobre lo que pasará ahora —dijo Sergio, dejando entrever que, a pesar de la caída de Luciano, aún quedaban amenazas ocultas, y que el círculo de poder probablemente no había terminado del todo.




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