Siete Infiernos y una Piedra
La noche era una marea de sombras espesas. El viento arrastraba ceniza como si el cielo hubiera ardido hace siglos. Caminaba solo, con una piedra en la espalda y un nombre que nadie pronunciaba. El silencio pesaba más que la roca, y sin embargo, había una música de fondo: un latido profundo, casi humano, que marcaba el paso de mi condena. El camino era una espiral de siete círculos, cada uno con su propio olor. El primero olía a orgullo, el segundo a hambre, el tercero a rabia seca. En el cuarto el aire sabía a deseo que se pudre, en el quinto a traición, en el sexto a desesperanza, en el séptimo a fuego que no quema pero devora. Dante los escribió en un libro; yo los sentía en la piel. Cada vez que la piedra caía, el eco se rompía como un trueno en una caverna. Caía yo también, y la montaña se reía. Las laderas parecían multiplicarse, como si el destino jugara a estirar el tiempo. Pero había algo en el peso que me mantenía vivo. El castigo era mi respiración. La derrota, mi único...