Ventanas: El deseo es un cuchillo apoyado contra el vidrio. parte 1
Ismael Carrasco se masturba cada noche frente a la ventana. Un animal joven, veinte años y un corazón que late como tambor en el pecho. La luz apagada, las cortinas apenas abiertas. Se cree invisible, pero no lo es. Clara lo sabe. Clara lo goza. Desde enfrente, a los veintiséis, no corre la persiana: se desnuda como quien ofrece un crimen en cuotas. Cada prenda que cae es un disparo mudo contra su inocencia. Él aprieta la mano, jadea, se ahoga en el silencio del cuarto. Y justo cuando la vergüenza lo parte en dos, ella sonríe. Una sonrisa que no redime, que incendia.
Clara: puta de lujo, actriz de madrugada. Los autos la esperan abajo, hombres trajeados que la huelen como si fuese un licor caro. Vuelve de madrugada con los ojos rojos y el pelo torcido, pero la convicción intacta: volverá a Los Ángeles, aunque deba tragarse todas las noches del mundo. Promete ahorrar, promete quemarse. Lo dice con la voz seca de quien ya ha visto la derrota y aún así insiste en el regreso.
Ismael escribe frases torpes en un cuaderno. Le tiemblan los dedos, le arden las palabras. Todo le parece insuficiente: ¿cómo atrapar en letras a esa mujer que se fuma la eternidad en un cigarrillo y le entrega un striptease como penitencia? Clara no cabe en su caligrafía. Es su musa, su condena, su altar sucio.
El ritual es el mismo: ella enciende la luz, él apaga la suya. Ella sube el volumen de un disco gastado, él contiene el aire. Un tirante baja, la falda se derrumba. El cuerpo entero reluce mientras el humo dibuja una frontera envenenada. A veces levanta una copa de vino, brinda hacia la oscuridad, y en ese gesto mínimo lo empuja al borde: Ismael cree que la distancia se quiebra, que la ventana es una membrana a punto de romperse.
Después, el día. El pasillo. La basura. “Buenas noches”, tartamudea él, cargado de saliva y timidez. “Qué frío hace”, responde ella, dejando que el humo le acaricie el rostro. Nada más. Ninguna caricia, ningún roce. Solo miradas que se alargan más de lo permitido, cuchillos suspendidos en la garganta.
Ismael no la tendrá nunca. O la tendrá en otra vida. Esa certeza lo excita, lo enferma. Lo que existe entre ellos es una atracción platónica, un juego peligroso donde lo prohibido se alimenta de no cumplirse. Cada madrugada se desnudan sin tocarse. Comparten el secreto más obsceno sin atravesar la piel. Y en esa imposibilidad la llama se enciende más, como si el deseo, al no consumirse, se volviera eterno.
CAPITULO I

Sublime!!!
ResponderEliminarwau! muchas gracias.
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