Sabes...

Tenía que decírtelo, era todo mentira.
No era verdad que el tiempo que se marcha no regresa,
si en verdad tienes ganas de él y dejas tu puerta abierta.
El tiempo, ese viejo truco, no es más que un eco que vuelve si sabes cómo llamarlo.

Era todo mentira, no somos jóvenes solo una vez.
Si ignoramos el tiempo, el alma se queda viva y joven eternamente.
Nos enseñaron a contar los años, pero jamás nos hablaron de cómo detener la esencia,
de cómo, a pesar de los días y las noches, el espíritu puede seguir latiendo con la fuerza de quien nunca ha dejado de soñar.

Era todo mentira, que mi destino sea perseguir lo que siempre escapa,
cuando tu corazón aún está aquí y es tu mente la que se esconde o se marcha.
He corrido en círculos creyendo que era yo quien no alcanzaba,
pero quizás eres tú quien ha levantado un muro, quien ha dejado que el miedo te cubra los ojos.

No es cierto que se pueda ser feliz junto a alguien que lo conoce todo de ti, menos quién eres.
No es cierto que podamos amar plenamente cuando la verdad se oculta bajo capas de ilusiones,
cuando los silencios pesan más que las palabras.
Y menos aún al lado de quien jura que la suerte está echada,
y tu número existe nada más que en sus dados.
¿Cómo amar a alguien que solo apuesta por el azar,
que ve la vida como un juego en el que tú eres una pieza más,
y no el todo que anhelaba encontrar?

Tenía que decírtelo: es falso que el amor sea solo un tren que se marcha,
un tren que pierdes cuando te quedas dormido en la estación del invierno,
mientras todos te dicen que busques calor,
pero nadie te despierta,
nadie te tiende una manta.
El amor no es solo un instante que se desliza entre los dedos,
es un puente que se construye, paso a paso,
es un llamado que a veces tarda, pero responde si lo esperas con el corazón abierto.

Tenías que saberlo. No podía esperar a escribir un poema que me taje las venas antes del punto final.
No podía dejar que las palabras se enredaran en una despedida sin retorno,
mientras tú, como si nada, sigues arropándote en su cama,
a escondidas del mundo, mintiéndote a ti y a lo que queda de este bourbon.
El amargo de cada trago me ha enseñado que no todas las verdades son dulces,
pero también que las mentiras, aunque cómodas, nunca curan las heridas.

Tenías que entender que esto era cosa de dos,
que si uno se bajaba de la balanza, el otro caería al fondo,
impulsado por su propio peso,
arrastrado por su propio dolor.
No es el peso del amor el que nos hunde,
es el vacío que deja la falta de compromiso,
es la ausencia de quien un día prometió quedarse, pero se fue antes de que el juego terminara.

Tenías que saberlo. Nunca quise que me soltaras,
pero sin querer naufragamos.
Y en el mar de nuestras contradicciones,
ambos olvidamos cómo nadar.
Quizás, aún hay orillas que no hemos visto,
quizás, si aprendiéramos a flotar sin miedo,
encontraríamos el camino de regreso.




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