Se acerca con la intención de un beso fugaz, un roce leve, una despedida sin estridencias. Pero la tentación es más fuerte. Sus labios se encuentran y, antes de que pueda evitarlo, el impulso se convierte en hambre. Muerde su boca, y la respuesta llega de inmediato. Un mordisco de vuelta, una rendición mutua al deseo que se enreda entre sus cuerpos. Sus manos rodean su rostro, los dedos presionan con la urgencia de quien teme perder algo irremplazable. Y en ese instante, la certeza lo golpea con la intensidad de un vértigo desconocido. Está enfermo, está roto, está atrapado en la necesidad de tenerla cerca. No es solo deseo. Es algo más profundo, más oscuro, más imposible de controlar. Ella sonríe, pero no retrocede. No se aparta, no le pone fin a la locura. La comparte. Sus labios siguen encajados con los suyos, sus manos firmes en su rostro, como si soltarlo fuera la única amenaza real. No busca nada. No necesita nada. Y, sin embargo, lo tiene todo. Él tampoco buscaba nada. Y, sin em...