Navegar
No sé si tuvo algo que ver la seguidilla de malas rachas que me partieron el lomo antes de acabar aquí. No sé si fueron las manos que estreché, las mismas que después desaparecieron cuando más las necesitaba. Manos que prometían firmeza pero que al final solo servían para contar billetes o señalar culpables.
Quizás el tiempo hizo lo suyo, dándole vueltas a todo como un maldito reloj sin cuerda, hasta que un día los frutos cayeron del árbol antes de madurar y no tuve otra opción más que salir a navegar. No por valentía, no por espíritu aventurero, sino porque a veces quedarse quieto es lo mismo que hundirse.
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