EL INFIERNO DIVINO

 El clímax llegó con el crujir de sus huesos, con el eco de un sol desplomándose en el vacío. No hubo gloria, solo el peso de la condena sobre la piel, el frío del mármol que alguna vez creyó cálido. La carne se convirtió en ceniza antes de que pudiera saborearla por completo, antes de que sus manos terminaran de aferrarse a un cuerpo que nunca fue suyo.

Los labios fueron tormenta, una fiebre devoradora que lo arrastró hasta un infierno donde el placer y la pena eran la misma cosa. No hubo redención en su aliento, solo un castigo disfrazado de deseo. Se hundió en él como quien naufraga en un océano inexistente, atrapando con los dedos el vacío, esperando encontrar algo que nunca estuvo allí.

No quería idolatrarla, pero su piel llevaba la huella de los dioses olvidados. Estaba hecha de mármol y silencio, de nombres que resonaban en la memoria de un mundo que ya no existía. Y él, condenado a perseguir mitos, creyó que podría atraparla antes de que la luz de las estrellas se apagara.

Se perdió entre constelaciones muertas, persiguiendo la sombra de un amor que nunca fue real. Y en la última exhalación de su boca comprendió que algunos amores nacen para ser leyenda, pero mueren antes de existir.

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