NO TE SEPARES DEL GRUPO

La caminata nocturna era la tradición más esperada del campamento. Cuarenta minutos en la oscuridad, siguiendo senderos angostos entre árboles altos, escuchando crujidos de ramas bajo los pies y el murmullo del viento filtrándose entre las hojas.

El grupo avanzaba en fila, iluminado solo por linternas débiles que parecían perder fuerza a cada paso. El bosque era denso, y el silencio, inquietante. Los monitores repetían la advertencia de cada año: no alejarse del sendero. No quedarse atrás.

Martín iba al final del grupo, caminando con calma. No creía en las historias que contaban los mayores sobre desaparecidos, sombras entre los árboles o presencias acechando en la espesura. Siempre le habían parecido cuentos para asustar a los más pequeños.

Cuando vio algo moverse entre los troncos, supo que debía ser su imaginación. Un juego de luces. Un reflejo extraño.

Pero entonces, lo volvió a ver.

Una figura, delgada y encorvada, deslizándose entre los árboles con una cadencia antinatural. No caminaba. Flotaba.

Martín parpadeó y miró hacia adelante. El grupo seguía avanzando, indiferente, sumido en sus propias conversaciones.

Se apresuró.

Algo lo tomó del brazo.

Un tirón seco. Un dedo frío clavándose en su piel.

El grito murió en su garganta cuando sintió el aliento caliente rozarle la oreja y una voz ronca susurrarle algo apenas audible.

El grupo siguió caminando. Martín intentó correr, pero sus piernas no respondieron. Sus ojos se quedaron clavados en la nada, el rostro congelado en una expresión de terror absoluto.

A la mañana siguiente, encontraron su linterna en el suelo, aún encendida. A Martín, nunca más.




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